lunes, 23 de noviembre de 2009

CAPÍTULO 2: EL PRINCIPE PETER DE EUDAMON

Se despertó al sentir algo cálido sobre su mejilla. Abrió los ojos despacio, mirando alrededor sin moverse del piso. Al alzar sus manos para tocarse la cabeza, se dio cuenta de que tenía las manos atadas y que su cara estaba recubierta de sangre. Se sentó como pudo y escuchó atentamente, no se oía nada más que el murmullo del bosque. Aquello la puso contenta, era una buena señal. Después de mucho forcejear con la cuerda e intentar rasgarla con todo lo que tenía cerca tipo árboles, rocas, etc… consiguió librarse de ella. No sin llevarse parte de su piel en el intento. Empezó a caminar sin rumbo. El bosque era mucho más espeso que antes y los árboles nacían más cercanos.

- ¡Oh por Dios! ¡Al fin una buena!

Había un alegre riachuelo que serpenteaba entre las raíces de los árboles. Se lavó la cara y las heridas de las manos. El agua estaba helada y acabó de despejarla. Al inclinarse de nuevo, pudo ver su reflejo. Estaba hecha un auténtico asco. Su pelo solía ser lacio y negro, solo que ahora estaba todo alborotado y tenía un corte de feo aspecto sobre la ceja derecha. Se limpió la herida lo mejor que pudo y se peinó con los dedos.

- Bueno, no es que haya mejorado mucho… pero al menos no parezco una loca. Tengo hambre… ¿Algún pececillo voluntario que quiera saltar a mi regazo y freírse solito?... Vamos no sean tímidos…

¿Y ahora qué?. No sabía a dónde estaba. Ni siquiera si aquellas bestias inhumanas seguían tras de ella. Tenía un corte en la cabeza que era posible que requiriese sutura. Y no llevaba nada útil encima. Si al menos tuviera su celular… Pero lo había dejado en la mochila, que a su vez estaba en la orilla del lago. Parecía que no tenía más remedio que desandar lo andado y rezar para que esos bichos no estuviesen en el medio. De repente sintió algo frío en la garganta. Mientras que un brazo la agarraba fuerte y firmemente por la cintura. Su única reacción fue apartarse del arma hacia atrás, de manera que quedó atrapada delante de un cuchillo y a su espalda, su atacante. Notó cómo se inclinaba sobre ella para susurrarle de manera amenazadora unas palabras que no logré entender.

- ¿Qué?- vocalizó después del susto inicial.

- ¿Quién te envía?- susurró.

- N… nadie… me … me he perdido- dijo, aunque solamente consiguió que apretase más el cuchillo contra su garganta.

- ¿Quién te envía?- susurró de nuevo todavía con voz más gélida.

- Ya te he dicho que…- su respuesta, casi inaudible, se quedó a medias al notar cómo apretaba más su brazo en su cintura. Y se inclinaba sobre su hombro.

Estaba muy cerca, podía sentir su respiración en el cuello y al girar un poco la cabeza pudo ver unos destellos castaños caer a su lado. Debía ser su pelo.

- No mientas… has entrado en el bosque de Awa sin permiso, luego sos una espía. ¿Te envía Juan Cruz?

Mariana frunció ligeramente el entrecejo. Esos nombres le resultaban conocidos. Aunque en ese momento no supo decir de qué los conocía. El desconocido apretó un poco más el cuchillo en torno a su garganta.

- ¡Contestame!

- ¡No conozco a ningún Juan Cruz! Ya te dije que no se a dónde estoy- gritó- Si he entrado en algún lugar sin permiso, no ha sido mi intención.

Por suerte parece que la respuesta convenció a su captor ya que apartó el arma de su cuello y la puso en pie de un tirón, de forma que quedó frente a él. Se tambaleó ligeramente al girarse y entonces le vio. Su mandíbula no llegó al piso porque no era posible. Ante ella había un chico joven de pelo castaño, largo y ligeramente enmarañado. Tenía los ojos verdes y una mirada desafiante en su cara. Tenía barba bastante poblada, diría que hacía tiempo que necesitaba un buen afeitado. Era más alto que ella aunque para eso no hacía falta mucho. Y era musculado.

- Genial- se dijo Mariana- me ha atacado un vigilante de la playa… pero al menos no tiene grapas en la cara.

Mariana estudiaba al desconocido mientras él hacía lo mismo. Lo único que fue capaz de pensar fue que ella tenía ese aspecto tan horrible. La miraba de abajo a arriba con especial atención a su atuendo.

- Y por qué pone esa cara… ¿Es que no se ha visto? Él parece el primo de Robin Hood- se dijo Mariana.

Durante sus divagaciones mentales, el desconocido le había agarrado las manos y había comenzado a atarlas con ellas.

- ¡Pero qué…!

- Vas a venir conmigo- dijo hoscamente.

- ¿A dónde?- el desconocido la miró con cara de “¿Te he dicho que hables?”.

- Ante mi padre. Él decidirá si sos una espía o no.

- ¿Quién es tu viejo? ¿Cana? ¿Juez?- preguntó mariana ligeramente nerviosa. El desconocido la miró como si de repente se hubiese vuelto loca.

- ¡Camina! Vos sos la prisionera, así que yo hago las preguntas.

Caminaron durante al menos veinte minutos hasta que llegaron a un claro. Parecía que era donde él había pasado la noche pues se veían restos de un fuego y mantas. Mariana se puso muy contenta al ver su mochila. Aceleró el paso hacia ella, pero, en ese momento, el desconocido la detuvo y la obligó a sentarse sobre las sobresalientes raíces del árbol. Le lanzó una mirada de “ni te muevas”. Comenzó a caminar de un lado a otro. Mariana se sentía como si estuviese en un interrogatorio.

- Nombre- dijo a bocajarro. Mariana se quedó tan sorprendida que no contestó- ¿Tenés nombre verdad?

- Claro.

- Estoy esperando

Dudó durante unos instantes. Podía decirle que se llamaba Mariana Esposito. Pero estaba ante un posible violador, psicópata, asesino… o vete a saber qué. Así que decidió mentirle.

- Yaneth- pidió silencioso perdón a su mejor amiga por usurpar su nombre.

- Bien Yaneth. Hay dos días de camino hacia la ciudad. Si te portás bien, no te pasará nada. Si intentás escapar o me mentís, dejaré de ser agradable.

Clavó sus ojos verdes en los ojos negros de Mariana. Ella se quedó helada. Se sorprendió al saber que él sabía que le estaba mintiendo.

- Decime… ¿Yaneth es tu verdadero nombre?- dijo el desconocido curvando sus labios en una sonrisa fanfarrona ante la cara de Mariana.

- No.

- ¿Vas a decirme tu nombre?

- No- Mariana empezó a enojarse. Qué era lo que le hacía tanta gracia.

- Por qué no- insistió.

- Porque así no podrás ir por ahí preguntando por mi.

- Como quieras, entonces, Yaneth.

- ¿Quién sos?- se atrevió a preguntar Mariana- Bueno, tengo derecho a saber quién me mantiene atada ¿no?

- Soy Peter. Caballero de Nurgon, Príncipe de Eudamón e hijo del Rey Nicolás- se limitó a contestar.

La cabeza de Mariana comenzó a funcionar como si de los engranajes de una bicicleta se tratase. Casi podía sentir en sus dedos el tacto de la piel del manoseado tomo de “Crónicas de Eudamón” de Valeria Tisera que su padre tenía en el escritorio. Era una de las primeras ediciones y estaba firmado por la propia autora. Era el mayor tesoro de Carlos Esposito. Era una de las pocas cosas que se habían salvado del incendio, porque Mariana lo tenía en su poder para realizar su tesis. Mariana miró con ojos nuevos a aquel chico. ¿Ese era el príncipe Peter?. Mariana pensó que se conservaba muy bien para tener más de cien años. Mariana recordó todas las historias que ella creía mera fábula de su padre. Su mente se negaba a aceptar que estaba en Eudamón. Además, las fábulas siempre habían hecho incapié en que solamente se podía acceder a Eudamón a través de seis relojes. Cada uno custodiado por dos guardianes. Y ella ni siquiera se había aproximado a un relojito. Estaba en el bosque de Awa, en Derbhad. Y aquello que le había atacado habían sido orcos. Realmente eran tan feos como se los imaginaba de niña. Miró hacia el cielo. No podía verlo. Pero sabía muy bien que había tres soles y tres lunas. Cada uno de ellos dedicados a un dios o una diosa.

- ¡Vamos levantate! Aún tenemos mucho camino por delante- dijo Peter.

Mariana obedeció, sintiéndose aturdida y así empezaron su larga caminata.

domingo, 22 de noviembre de 2009

CAPÍTULO 1: SALTAR AL VACIO

Su nombre era Mariana. Mariana Esposito. Aunque en realidad no sabía si éste era verdaderamente su nombre. No tenía ningún tipo de recuerdo antes de los cinco años de edad. Nada. Absolutamente nada. No era que la gente recordase vívidamente esa época, pero siempre algún recuerdo se guarda. Cosas que te marcan. O los lugares donde viviste. Absolutamente nada. Solamente tenía ese raro colgante de oro con un hexágono que tenía una especie de bulbos en los vértices y que tenía unas letras muy raras grabadas en el dorso. Pensó que sería una excentricidad de sus viejos. Pero… ¿Si la iban a abandonar para qué dejar ese colgante de oro con una cadenita en su cuello?. Preguntas sin resolver. Si algo había aprendido Mariana en su vida era a no hacerse preguntas. Sus padres era Carlos y María Jose Esposito. Eran los que le habían dado un hogar. Un nombre y un apellido. Una familia. Una vida. Mariana miró la fotografía que tenía encima de su escritorio. Salía con ellos dos hacía tres años. En ese verano que habían pasado visitando a su familia en España. Antes de que todo ocurriese. Carlos Esposito era historiador experto en historia antigua. Cuando Mariana era niña le encantaba que le contase “cuentos”. Episodios históricos de gallardos caballeros y damiselas en apuros. Sus historias favoritas eran las de la mitología eudamónica. Carlos Esposito, entre otros temas era experto en “Eudamón” o “La isla de la felicidad” como también la llamaban. Mariana adoraba los cuentos que su papá se inventaba sobre Eudamón. Y su mamá, María José, era psicóloga. Ella había sido muy importante durante la adolescencia de Mariana. O Lali, como la llamaban cariñosamente. Había sabido contenerla, entenderla pero a la vez darle la libertad que necesitaba. Mariana estaba en la universidad. Vivía en La Plata cuando una mañana la llamaron y le dijeron que había habido un incendio en su casa. Que sus padres habían fallecido. Y su infierno personal había empezado. Primero con lo extraño del incendio. Los científicos que no encontraban explicación alguna a lo que había pasado. Nadie había visto a nadie. No había culpables y los científicos habían dado carpetazo al caso. Se había cerrado sin una respuesta. Mariana ya no sabía qué hacer para que reabriesen el caso. Pero no había nada que hacer mientras que no hubiese nuevas pruebas. Mariana había dejado su carrera, estaba estudiando Literatura e iba a hacer su tesis sobre “Crónicas de Eudamón” de Valeria Tisera que estaba considerado una de las trilogías más importantes de la literatura fantástica latinoamericana. Dos años después trabajaba como secretaria de un abogado que era un tirano. La sobreexplotaba y no le pagaba casi nada. Apenas tenía plata para sus gastos sin permitirse demasiados lujos. Y había decidido retomar su tesis. Pero tenía tan poco tiempo libre que apenas podía escribir nada que no fuese en los fines de semana.

Había tenido un día particularmente duro en la oficina. El último cliente hacía cinco minutos que se había ido. Apagó la computadora sintiéndose feliz. Hasta el Lunes no tendría que volver a prenderla. Agarró su bolso con sus cosas dentro y salió después de decirle a su jefe que se iba. Una vez dentro de su auto, con las manos en el volante suspiró. Estaba harta. Harta de todo. Harta de su vida. Harta de su frustración. Siempre que se sentía así manejaba hasta las afueras de Arrecifes, donde vivía. Había un pequeño remanso y unas cuantas rocas. Le gustaba sentarse allí y escuchar el sonido del agua correr. Cerrar los ojos y dejar la mente en blanco. Se sentó sobre una gran piedra de color gris, redondeada y cerró los ojos sentada en la posición del loto. Pero no conseguía relajarse. Aunque siempre le quedaba un recurso si no conseguía hacerlo. Saltar. Saltar desde la roca hasta el pozo que había justo por debajo. Se sacó los jeans, las chatitas y la blusa que había llevado a su trabajo ese día. Así como la ropa interior. Desnuda y después de liberar su largo cabello negro se subió en la roca. Era casi de noche y seguramente no había nadie en quilómetros. Se puso en el borde sintiendo la lisa textura de la piedra bajo sus pies. Se puso de puntillas, levantando los brazos hacia arriba. Un saltito y después se dejó caer. De cabeza, como siempre. Se zambulló perfectamente, de cabeza con los brazos por delante. Llegó a una profundidad adecuada y regresó de nuevo a la superficie. Notó algo bastante extraño. Miró a un lado y a otro, confundida. Estaba en un bosque. Pero no podía ser. Por allí no había bosque. Algún árbol solitario, pero nada más. Nadó rápidamente hacia la orilla. Al menos su mochila seguí allí. Siempre la llevaba en el auto con una toalla y ropa seca. Se secó y se puso sus jeans, una remera y un buzo. Nunca había visto árboles así. Los troncos eran muy gruesos. Tanto que creía que con sus brazos no podría abarcarlos. Eran altos y tan frondosos que no era capaz de ver el cielo. Un ruido a su derecha la despertó de su embobamiento. Se giró hacia donde procedía el ruido justo para ver salir algo de entre los árboles. “Pero qué demonios!...” fue lo único que se le ocurrió decir cuando aquellas tres enormes criaturas se acercaron a ella. Eran al menos medio cuerpo más altos que ella. Vestidos con algo parecido a taparrabos. Tenían la piel blanco grisáceo y apergaminada. Llevaban relucientes espadas de metal plateado y escudos.

- Ahí estas- dijo uno de ellos con voz bravucona.

Mariana empezó a retroceder, perpleja ante aquellas criaturas. A la vez que retrocedía su miedo iba incrementándose más y más.

- ¡No te muevas niña!- dijo otro de ellos, el más alto que tenía una especie de coleta en su cabeza calva.

En cualquier otra circunstancia, Mariana se hubiera sentido horriblemente ofendida por que la llamasen niña. Tenía veintidós años. Podía conducir, votar, beber y casarse. Pero en virtud del aspecto de aquellas cosas decidió quedarse callada. Y correr. Sobre todo correr. Se giró y comenzó a correr sorteando árboles, raíces y pedruscos. Pero aquellas cosas eran demasiado veloces y pronto pudo oír sus gruñidos tras ella.

- Casi los tengo encima- se dijo.

Gritó en el instante en que uno de ellos la alcanzó, la agarró por el brazo y la lanzó fuertemente hacia el piso. Mariana sintió que se quedó sin aliento.

- ¡He dicho que no te muevas niña!- rugió.

Puso su pie sobre el pecho de ella. La presión no la dejaba respirar. Intentó zafar pero se quedó inmóvil cuando su negra e inhumanamente cruel mirada se clavó en la de ella. Se estaba empezando a asustar de verdad.

- ¿Qué quieren de mi?- preguntó, aunque fue más bien un susurro.

Apartó el pie de su pecho pero se acercó a ella y la agarró por el cuello, haciendo que su respiración se fuese de nuevo de su cuerpo. La levantó del piso y la acercó a su cara. Era mucho más feo de lo que había imaginado y su fétido aliento le hubiese hecho voltear la cara de asco, de haber podido. Tenía una especie de grapas en la cara, metálicas y brillantes. Como si fuesen puntos de sutura. Visto de cerca aquella cosa daba todavía más miedo.

- Si te oigo hablar, te corto la lengua.

Sus dos compañeros no tenían mejor pinta. Si no hubiese sido por el lacerante dolor de cabeza, hubiese creído que era un sueño o una pesadilla, como mejor se mirase. Mientras tanto, aquellas cosas con grapas en la cara le habían atado las manos y la empujaron para que caminase delante de ellos. Los otros dos les seguían. Mariana no supo cuando caminaron. Ni siquiera era capaz de ver el cielo a través de las copas de los árboles. Si no hubiese sido por los gruñidos que soltaban cada vez que se tropezaba, y el ruido que hacían al caminar, hubiese creído que estaba sola. Siguieron caminando durante un buen rato, pero llegó el momento en que ya no podía más. Las piernas no le respondían y el dolor de cabeza iba en aumento.

- No puedo más- gimoteó.

Una enorme manaza la agarró de la ropa y la levantó unos centímetros del piso.

- ¡Camina!

- No creo que pueda.

Del guantazo que le dio, se cayó al piso. Entonces si que le dolía la cabeza. Unas lagrimillas amenazaron con comenzar a salir. Se dijo que no podía llorar, pero era demasiado tarde para retenerlas. Y empezó a sollozar. Aquella cosa con grapas se inclinó sobre ella dispuesta a golpearla de nuevo.

- ¡Estate quieto!- le dijo otro bicho con grapas- El amo la quiere viva.

- ¡No me digás lo que tengo que hacer! ¡Yo estoy al mando!

- ¿Y se puede saber quién te ha puesto al mando?- dijo el tercero.

- Soy el más fuerte de los tres.

Los otros dos intercambiaron una mirada, y sin avisar, se lanzaron sobre el otro con sus espadas en alto. A medida que la pelea se iba haciendo más violenta, iban alejándose de donde Mariana se encontraba. Al final, ya ni siquiera les veía, tan solo oía sus gruñidos y el choque de sus espadas. Una voz dentro de su cabeza le dijo que se espabilase. Se levantó como pudo y empezó a correr en sentido contrario a los gruñidos. Después de unos minutos de carrera y unas cuantas caídas en el piso, pisó en falso y se cayó golpeándose de nuevo la cabeza. Se quedó inconsciente.

PRÓLOGO: LINDARIEL

Un desgarrador grito se oyó en todo el palacio real de Vanis. El piso era de piedra. Las paredes estaban recubiertas de papel floreado con pan de oro. Tenía una chimenea de piedra, un tocador, un lavabo, un placard y la cama. Sobre la cama había una mujer. Istimiel era la hechicera bajo el amparo de la familia real de Vanissar. Era una mujer hermosa, de ojos azules y largo pelo rubio.

- Una vez más mi señora- dijo Sisina, la doncella de Istimiel.

Sisina era una niña. Apenas tenía dieciséis años. Era alegre, dócil y servicial, por eso Istimiel le tenía tanto cariño. Prácticamente la había criado ella desde los diez años de la chica, cuando llegó a Vanis. Zaisei le secó el sudor con un paño. Zaisei era amiga del príncipe Alsan de Vanissar. Realmente era la mujer de Shail, el mejor amigo de Alsan. Olimpia le agarró la mano. Olimpia era la prometida del príncipe de Vanissar, por lo que sería la futura reina. Otro grito rasgó el aire. Istimiel cayó rendida sobre la cama, agotada y sudorosa. Segundos después el llanto de un bebe sustituyó a los gritos.

- Enhorabuena- dijo Zaisei con una sonrisa.

- Acá tiene mi señora- dijo Sisina- Es una nena.

Un bebé rosado, sucio y gritando a pleno pulmón fue depositado sobre el pecho de la joven madre.

- Es hermosa- dijo Istimiel con lágrimas en los ojos.

- Será muy poderosa- dijo Olimpia acercándose a la ventana desde la que se venían esos tres discos en el cielo.

Era la noche del triple plenilunio. Cuando Erea, Ilea y Ayea estaban en la fase de luna llena. Erea era de color plateado y la más grande de las tres lunas. Era la luna de Irial, la diosa de la luz. Ilea era la segunda luna en tamaño, era de color verdoso y estaba dedicada a Wina, la diosa de la vida. Ayea era la luna de menor tamaño, de tono rojizo y dedicada a Neliam, la diosa del mar. Esa noche las tres diosas se habían reunido en el cielo para bendecir la llegada de la pequeña Lindariel. Sisina separó a madre y a hija para asear a la beba. Olimpia ayudó a su amiga Istimiel a asearse mientras que Zaisei cambiaba la ropa de la cama. Vistieron a Lindariel con las vestiduras típicas de un bebé recién nacido y la colocaron en su cuna. Solo cuando ambas estuvieron aseadas y descansando, Liberto tenía permiso para entrar a verlas. Liberto Calderone era el marido de Istimiel, y padre de Lindariel. Y formaba parte de los guerreros de Vanissar.

- Estoy preocupada por la profecía- dijo Istimiel.

- No pensés en eso ahora, amor… relájate… descansá… esta noche has tenido mucho trabajo.

Liberto se quedó sentado en la cama, al lado de su esposa velando su sueño. Acariciando sus cabellos. Después se inclinó sobre la beba, en su cunita. Se sacó algo del bolsillo. Refungió bajo la luz de Erea, el oro labrado por los enanos. Lo pasó por su cuello. Era una medalla con forma de hexágono con su nombre grabado.

La única con poder para derrotar al Ángel Caído se acerca… Nacida de la que le desafió tres veces, vendrá al mundo al concluir el décimo mes…Y uno de los dos deberá morir a manos del otro, pues ninguno de los dos podrá vivir mientras el otro siga con vida… La única con poder para derrotar al Ángel Caído nacerá al concluir el décimo mes, la noche del triple plenilunio”

Eudamón o La isla de la felicidad.

Para darle un poco de onda al blog voy a comenzar a subir una nueva novela que se me ha ocurrido. Las noches de insomnio no son demasiado buenas consejeras, sobre todo si las suples con "El señor de los anillos". No les voy a desvelar nada del argumento, espero que lo vayan descubriendo de a poco, día tras día. Solamente les digo que he mezclado elementos fantásticos de Casi Angeles (todo lo de Eudamón), Memorias de Idhún(los dioses, por ejemplo) y El señor de los anillos.

Espero que les guste el argumento y se animen a seguirla, y por supuesto, que se animen a firmar y que me digan qué onda con el fic. Hoy les dejo el prólogo. Ya se que no van a entender mucho, o más bien casi nada. Pero ya lo entenderán en el futuro. No desesperen. Más tarde si puedo subo el primer capítulo que me restan hacerle algunos arreglos.