Se despertó al sentir algo cálido sobre su mejilla. Abrió los ojos despacio, mirando alrededor sin moverse del piso. Al alzar sus manos para tocarse la cabeza, se dio cuenta de que tenía las manos atadas y que su cara estaba recubierta de sangre. Se sentó como pudo y escuchó atentamente, no se oía nada más que el murmullo del bosque. Aquello la puso contenta, era una buena señal. Después de mucho forcejear con la cuerda e intentar rasgarla con todo lo que tenía cerca tipo árboles, rocas, etc… consiguió librarse de ella. No sin llevarse parte de su piel en el intento. Empezó a caminar sin rumbo. El bosque era mucho más espeso que antes y los árboles nacían más cercanos.
- ¡Oh por Dios! ¡Al fin una buena!
Había un alegre riachuelo que serpenteaba entre las raíces de los árboles. Se lavó la cara y las heridas de las manos. El agua estaba helada y acabó de despejarla. Al inclinarse de nuevo, pudo ver su reflejo. Estaba hecha un auténtico asco. Su pelo solía ser lacio y negro, solo que ahora estaba todo alborotado y tenía un corte de feo aspecto sobre la ceja derecha. Se limpió la herida lo mejor que pudo y se peinó con los dedos.
- Bueno, no es que haya mejorado mucho… pero al menos no parezco una loca. Tengo hambre… ¿Algún pececillo voluntario que quiera saltar a mi regazo y freírse solito?... Vamos no sean tímidos…
¿Y ahora qué?. No sabía a dónde estaba. Ni siquiera si aquellas bestias inhumanas seguían tras de ella. Tenía un corte en la cabeza que era posible que requiriese sutura. Y no llevaba nada útil encima. Si al menos tuviera su celular… Pero lo había dejado en la mochila, que a su vez estaba en la orilla del lago. Parecía que no tenía más remedio que desandar lo andado y rezar para que esos bichos no estuviesen en el medio. De repente sintió algo frío en la garganta. Mientras que un brazo la agarraba fuerte y firmemente por la cintura. Su única reacción fue apartarse del arma hacia atrás, de manera que quedó atrapada delante de un cuchillo y a su espalda, su atacante. Notó cómo se inclinaba sobre ella para susurrarle de manera amenazadora unas palabras que no logré entender.
- ¿Qué?- vocalizó después del susto inicial.
- ¿Quién te envía?- susurró.
- N… nadie… me … me he perdido- dijo, aunque solamente consiguió que apretase más el cuchillo contra su garganta.
- ¿Quién te envía?- susurró de nuevo todavía con voz más gélida.
- Ya te he dicho que…- su respuesta, casi inaudible, se quedó a medias al notar cómo apretaba más su brazo en su cintura. Y se inclinaba sobre su hombro.
Estaba muy cerca, podía sentir su respiración en el cuello y al girar un poco la cabeza pudo ver unos destellos castaños caer a su lado. Debía ser su pelo.
- No mientas… has entrado en el bosque de Awa sin permiso, luego sos una espía. ¿Te envía Juan Cruz?
Mariana frunció ligeramente el entrecejo. Esos nombres le resultaban conocidos. Aunque en ese momento no supo decir de qué los conocía. El desconocido apretó un poco más el cuchillo en torno a su garganta.
- ¡Contestame!
- ¡No conozco a ningún Juan Cruz! Ya te dije que no se a dónde estoy- gritó- Si he entrado en algún lugar sin permiso, no ha sido mi intención.
Por suerte parece que la respuesta convenció a su captor ya que apartó el arma de su cuello y la puso en pie de un tirón, de forma que quedó frente a él. Se tambaleó ligeramente al girarse y entonces le vio. Su mandíbula no llegó al piso porque no era posible. Ante ella había un chico joven de pelo castaño, largo y ligeramente enmarañado. Tenía los ojos verdes y una mirada desafiante en su cara. Tenía barba bastante poblada, diría que hacía tiempo que necesitaba un buen afeitado. Era más alto que ella aunque para eso no hacía falta mucho. Y era musculado.
- Genial- se dijo Mariana- me ha atacado un vigilante de la playa… pero al menos no tiene grapas en la cara.
Mariana estudiaba al desconocido mientras él hacía lo mismo. Lo único que fue capaz de pensar fue que ella tenía ese aspecto tan horrible. La miraba de abajo a arriba con especial atención a su atuendo.
- Y por qué pone esa cara… ¿Es que no se ha visto? Él parece el primo de Robin Hood- se dijo Mariana.
Durante sus divagaciones mentales, el desconocido le había agarrado las manos y había comenzado a atarlas con ellas.
- ¡Pero qué…!
- Vas a venir conmigo- dijo hoscamente.
- ¿A dónde?- el desconocido la miró con cara de “¿Te he dicho que hables?”.
- Ante mi padre. Él decidirá si sos una espía o no.
- ¿Quién es tu viejo? ¿Cana? ¿Juez?- preguntó mariana ligeramente nerviosa. El desconocido la miró como si de repente se hubiese vuelto loca.
- ¡Camina! Vos sos la prisionera, así que yo hago las preguntas.
Caminaron durante al menos veinte minutos hasta que llegaron a un claro. Parecía que era donde él había pasado la noche pues se veían restos de un fuego y mantas. Mariana se puso muy contenta al ver su mochila. Aceleró el paso hacia ella, pero, en ese momento, el desconocido la detuvo y la obligó a sentarse sobre las sobresalientes raíces del árbol. Le lanzó una mirada de “ni te muevas”. Comenzó a caminar de un lado a otro. Mariana se sentía como si estuviese en un interrogatorio.
- Nombre- dijo a bocajarro. Mariana se quedó tan sorprendida que no contestó- ¿Tenés nombre verdad?
- Claro.
- Estoy esperando
Dudó durante unos instantes. Podía decirle que se llamaba Mariana Esposito. Pero estaba ante un posible violador, psicópata, asesino… o vete a saber qué. Así que decidió mentirle.
- Yaneth- pidió silencioso perdón a su mejor amiga por usurpar su nombre.
- Bien Yaneth. Hay dos días de camino hacia la ciudad. Si te portás bien, no te pasará nada. Si intentás escapar o me mentís, dejaré de ser agradable.
Clavó sus ojos verdes en los ojos negros de Mariana. Ella se quedó helada. Se sorprendió al saber que él sabía que le estaba mintiendo.
- Decime… ¿Yaneth es tu verdadero nombre?- dijo el desconocido curvando sus labios en una sonrisa fanfarrona ante la cara de Mariana.
- No.
- ¿Vas a decirme tu nombre?
- No- Mariana empezó a enojarse. Qué era lo que le hacía tanta gracia.
- Por qué no- insistió.
- Porque así no podrás ir por ahí preguntando por mi.
- Como quieras, entonces, Yaneth.
- ¿Quién sos?- se atrevió a preguntar Mariana- Bueno, tengo derecho a saber quién me mantiene atada ¿no?
- Soy Peter. Caballero de Nurgon, Príncipe de Eudamón e hijo del Rey Nicolás- se limitó a contestar.
La cabeza de Mariana comenzó a funcionar como si de los engranajes de una bicicleta se tratase. Casi podía sentir en sus dedos el tacto de la piel del manoseado tomo de “Crónicas de Eudamón” de Valeria Tisera que su padre tenía en el escritorio. Era una de las primeras ediciones y estaba firmado por la propia autora. Era el mayor tesoro de Carlos Esposito. Era una de las pocas cosas que se habían salvado del incendio, porque Mariana lo tenía en su poder para realizar su tesis. Mariana miró con ojos nuevos a aquel chico. ¿Ese era el príncipe Peter?. Mariana pensó que se conservaba muy bien para tener más de cien años. Mariana recordó todas las historias que ella creía mera fábula de su padre. Su mente se negaba a aceptar que estaba en Eudamón. Además, las fábulas siempre habían hecho incapié en que solamente se podía acceder a Eudamón a través de seis relojes. Cada uno custodiado por dos guardianes. Y ella ni siquiera se había aproximado a un relojito. Estaba en el bosque de Awa, en Derbhad. Y aquello que le había atacado habían sido orcos. Realmente eran tan feos como se los imaginaba de niña. Miró hacia el cielo. No podía verlo. Pero sabía muy bien que había tres soles y tres lunas. Cada uno de ellos dedicados a un dios o una diosa.
- ¡Vamos levantate! Aún tenemos mucho camino por delante- dijo Peter.
Mariana obedeció, sintiéndose aturdida y así empezaron su larga caminata.